Prólogo

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P R Ó L O G O


Una historia real deviene en novela cuando quien escribe sabe que está haciendo ficción, y eso es lo que yo hice.
Polaca fue el apodo genérico utilizado para distinguir a la prostituta judía en los años de la inmigración intensa a la Argentina: 1880 a 1930.
Apenas unos pocos centímetros le dedicó el periodismo en las noticias policiales a Raquel Liberman  -esa mujer “de vida airada” como la definió un diario de 1930-  cuando se atrevió a desafiar con su denuncia a la organización judía de tratantes de blancas, Zwi Migdal. 
Por el sensacionalismo del juicio, la concepción machista de la historia y los tabúes de una sociedad pacata, la gesta de Ruchla Laja Liberman –según constaba en su pasaporte- había quedado sepultada entre los pliegues de la desinformación por más de setenta años.
Sin embargo, ella existió y mi protagonista, la Polaca, también.
La realidad, -que suele superar a la imaginación- quiso que en 1992, por azar, se me apareciera la verdadera historia de Raquel Liberman.
Para Raquel Ferber de Romeo, nieta de la mítica heroína, ver por televisión una borrosa foto de su abuela - que exhibí en el programa “Siglo XX cambalache”, dedicado a la prostitución en los años treinta - fue la revelación de un secreto.
Hasta entonces, para seguir los pasos de Raquel Liberman, yo sólo disponía de periódicos de la época y libros que habían reproducido esa única foto con disímiles declaraciones donde la mostraban soltera y sin parientes en el país.
El cúmulo de casualidades y mi búsqueda me llevarían a estrechar lazos con la familia y,  de este modo, reivindicar su memoria.

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